30 junio 2008

Ya hay 2.581 antenas en Euskadi

(Fuente e imagen: El Correo)

Según la noticia aparecida hoy en El Correo, en Euskadi superamos las 2.580 antenas de telefonía móvil. En Bizkaia/Vizcaya ya superamos las 1.360 antenas.

Parece ser que las operadoras "admiten que cada vez es más difícil encontrar comunidades de vecinos que acepten que su azotea albergue una estación base" de telefonía móvil. Además, numerosos Ayuntamientos están tratando de regular el amplio parque de antenas a través de ordenanzas, que les complica -según las operadoras - la localización de ubicaciones. Por eso, tratan de encontrar comunidades de vecinos a los que instalar una estación base por menos de lo que pueden invertir cada vecino en un capricho, a pesar de las condiciones de los contratos: ruidos a deshoras, cancelaciones de contrato unilaterales, duración de más de 10 años, etc.

Mientras, ningún organismo oficial se atreve a catalogar como nocivas las radiaciones emitidas por las antenas, aunque tampoco dicen que sean inocuas. A pesar de la existencia de estudios científicos, cuyas conclusiones aconsejan prudencia, y de alertas de, al menos, el Comité Internacional Ruso, científicos como Félix Goñi se atreven a ironizar diciendo que el principal riesgo de las antenas es que nos puedan caer encima.

El Ministerio, por si fuera poco, por un lado trata de despistar con la legalidad (que no inocuidad), y por otra apoya a las operadoras dando motivos para poner más antenas en las viviendas. Técnicamente, por proteger a los usuarios de móviles y para reducir (¿seguro?) los niveles de exposición, se entiende. Pero, ¿y quién se acuerda de los vecinos que viven a escasos metros de las antenas?. Operadoras y Ministerio manejan parámetros de potencia y niveles de exposición, pero se olvidan de otros dos parámetros: tiempo de exposición y distancia al foco. Más antenas en los tejados significa más gente expuesta, de forma indiscriminada y de forma crónica, a radiaciones cuyos efectos no están nada claros, sobre todo a medio plazo.

Y ya hemos vivido la experiencia del tabaco, cómo lo han manejado las tabaqueras y organismos como la Organización Mundial de la Salud. Por eso, “cuando exista peligro de daño grave e irreversible, la falta de certeza científica absoluta no podrá utilizarse como razón para postergar la adopción de medidas eficaces para impedir la degradación del medio ambiente (Principio de Precaución)”.

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